mayo 19, 2006

LOS ABOMINABLES RUIDOSOS

Esta es la columna original. En el periódico se publicó una versión ligth parecida.
Si hay algo que me desquicia en este recochino mundo es el ruido. No lo soporto. Y tolero menos a esos patanes quienes a pesar de pedirles de buena manera que le bajen a su sinfonola móvil o fija no lo hacen y asumen con cara de sorpresa que el enfermo soy yo.
No soy un experto, pero conozco algo de música, de todo tipo, y cuando tengo oportunidad la disfruto, pero cuando alguno de estos energúmenos escandalosos pretende “invitarme” de manera forzosa y soez a que escuche lo que él parece gozar tanto, lo resisto menos. ¿Qué mueve a éstos zánganos mal educados a contaminarnos a todos los demás con las muestras de sus refinados gustos musicales? Muy suyos, es cierto y ni lo discuto. Yo no puedo impedirle a nadie que escuche lo que le plazca, a que se alboroce con el género musical objeto de su pasión desenfrenada, es su derecho y lo respeto. Pero lo que sí me enerva, es la agresión, la falta de cortesía y civilidad para la convivencia de quienes piensan que todos tenemos la obligación de soportar el martirizador ruido que producen en sus casas, en sus comercios, en la calle, en sus carros, en los estadios o en los antros al aire libre.
¿Qué tendrán en la cabeza estas personas? ¿Chuniques? ¿Frijoles negros? ¿Nada? ¿O tal vez padecen algún tipo de sordera y yo los estoy increpando injustamente? Bueno, si no lo están poco les faltará, seguramente. El caso es que ensordecen a cualquiera con o sin permiso. ¿Y...?
Poseer un potente sistema de sonido no le da derecho a nadie para forzar a otros a escuchar esos berridos infernales. ¿Que porque le gusta mucho su ruidazo nos “invita”? No gracias. Alguien tendría que indicarle a esos patanes que disfruten solos de sus placenteros aullidos pero sin ofender a nadie ni obligar a los que no quieran escuchar, y mucho menos, sin permiso u opinión de las hostigadas víctimas. Y entonces sí, que les aproveche.
Otra. ¿Quién les garantiza impunidad a esos perturbados, absolutos retrasados mentales, quienes manejan carros con altavoces “anunciando” toda clase de eventos, chucherías, anuncios y noticias por todas las calles de la ciudad, a todo volumen, pasando varias veces por nuestras casas desde las seis de la mañana? ¿Quién los autoriza a comportarse como unos barbajanes? ¿Con qué derecho estos orangutanes insolentes arremeten para fastidiar con sus chirridos indescifrables a quien ya está despierto y a quienes aún se encuentran descansando? Y no le importa que sea sábado o domingo o lunes ¿Pensarán estos obtusos descerebrados que va a vender más mientras más ruidos emitan? Y así, aparece el que avisa la llegada del circo, el que vocea las tortas o anuncia restaurantes, el que vende periódicos y todo aquel que decide, por sus pistolas, notificarnos las bondades de sus productos y servicios, de viva voz, agrediéndo con sus aullidos a los indefensos vecinos. ¿Y...?
Como éstos tarados hay varios por toda la ciudad. Sin freno ni autoridad que los detenga.
Simplemente cualquier bobo irracional saca sus potentes bocinas, impunemente, y comienza a jodernos a todos con su ruido abarcando tres o cuatro calles a la redonda.
A veces, incrédulo ante tanta malignidad, me detengo en el lugar estridente para ver la cara del pelafustán alborotador tratando de investigar en silencio porqué lo hace. Lo primero que veo es que el desquiciado está feliz con su gran desmadre, hasta se ríe, ni siquiera logra percibir o entender que su escándalo provoca una gran molestia a todas las personas que tienen la desgracia de escuchar, por la fuerza, sus anuncios idiotas al pasar o circular cerca del lugar donde estaciona sus bocinas. Los simples como éstos, “piensan” que se trata de hacer ruido “para vender más”. Y no sé quién les introdujo, en ese balón de fútbol que tienen por cabeza, que mientras más ruido hagan es mejor, porque así van a vender mucho más. Es insultante la torpeza que exhiben.
Convoco a mis dos lectores a que no compren ni consuman nada en lugares ruidosos, a ver si así entienden el tamaño de su perturbado y antisocial comportamiento.
Otra. A un lado de mi casa, en una construcción en marcha, trabajan dos o tres trastornados que nos quieren contagiar a todos los vecinos de su gran “alegría de vivir” y se la pasan emitiendo alaridos emballenados todo el maldito día, excitados por el tipo de música que se estila en estos oficios, y como llevan más de un año construyendo pues ya se imaginará usted. La verdad, es que ya me tienen hasta la madre.
En honor a la verdad, he de reconocer que cuando el escándalo rebasó ciertos límites y nuestra desesperación rayaba en la locura, decidimos llamar al 060, y asómbrese lector, ¡sí fueron! Tardaron, es cierto, pero sí asistieron a atender la queja, y para mi mayor sorpresa, porque nadie se los pidió, sostuvieron una vigilancia discreta y efectiva ¡durante varios días! Les aclaro, atónitos lectores, que el primer extrañado con este cambio de actitud en la policía fui yo.
Los resultados de estas visitas disuasivas fueron eficaces, porque bajaron mucho las muestras de su mexicana alegría aunque no desaparecieron por completo. Y es natural que así sea, por varias razones, aunque les aseguro que si hubieran levantado una infracción por tal comportamiento el problema hubiera terminado de inmediato y tal vez para siempre. Recordemos la teoría de “las ventanas rotas” de Giuliani y Brattons que comenté con amplitud el 2/6/2005 en este mismo espacio.
La ansiada cultura de la legalidad y el respeto al otro como un valor esencial de la convivencia aún se encuentran muy pero muy lejos.
Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que en la añeja historia del municipio no existe una sola multa levantada por la autoridad con motivo de la emisión abusiva de ruido.
Y como dijo Don Teofilito... Pero si existiera, me como una copia de la boleta.

Y SI UN DÍA DESAPARECIERAN LAS MAÑANERAS…

A veces me preguntó ¿qué pasaría si no hubiera mañaneras? ¿Se acabaría la democracia en el país? ¿Se terminaría la inseguridad que padecemos...